Ursaria. Teatro musical a la madrileña

Los músicos Sonia Loaysa, Daniel Martín e Ismael Clemente -que habla en esta entrevista- han unido fuerzas y talentos para reivindicar el folclore del lugar en el que viven: Madrid. Por experiencia, yo también soy de aquí, es muy complicado profundizar en las raíces musicales de nuestra Comunidad Autónoma que se limita esencialmente al chotis, el cuplé y el flamenco. Pero Madrid es mucho más y, aunque se pretenda diluir su identidad en otras identidades foráneas, la Comunidad cuenta con un rico folclore que merece la pena descubrir y mucho mejor si se hace de la mano de Ursaria.

¿Por qué os habéis centrado en el folclore de la Comunidad de Madrid?

Porque lo necesitábamos. Nos dimos cuenta de que debíamos trabajar con dedicación exclusiva la música popular -y el epíteto “popular” está dicho con toda la intención- del lugar en que vivimos. Cosa que por otro lado resultaría completamente normal en cualquier otro lugar de España. Pero en Madrid, no. En Madrid lo corriente en el universo de las músicas de raíz suele ser fijar la atención en aquellas que provienen de cualquier sitio que no sea Madrid. Y en caso de dedicarle cierta atención, esta suele resultar anecdótica. Los propios madrileños cuando hacemos folklore de Madrid nos lo tomamos como si estuviéramos haciendo algo exótico. Y le otorgamos valor precisamente por parecernos una cosa rara de narices. Rara en cuanto al concepto, que por supuesto no en lo estrictamente musical.

Si bien Madrid tiene un acervo popular muy grande, un corpus de música tradicional muy extenso y muy rico, nosotros no hemos sido en absoluto los primeros ni los únicos en reivindicarlo. Sin embargo, percibíamos que todo lo que giraba entorno a estas músicas -y no necesariamente las propias músicas- necesitaban un buen revolcón. Subirlas al escenario de otro modo, montar un pollo, para que la gente de a pie, el viandante, el madrileño medio, ese que vive por lo general ajeno a lo esencialmente madrileño, se detenga a escuchar y lo descubra.

Esto lo trabajamos mucho al principio tocando en la calle, que es una escuela infalible para llegar a quien no quiere tomarse la molestia de escuchar. Ahí nos dimos cuenta que había que trabajar mucho y de nuevas maneras la exaltación escénica de estas músicas para llevarlas a la gente.

En Madrid (capital) se desconoce completamente que hay en el resto de la Comunidad otros estilos aparte del chotis, la zarzuela, el cuplé y el Flamenco… ¿Por qué creéis que existe esa desinformación sobre el folclore de la provincia? 

Principalmente porque la de Madrid es una provincia que no tiene parangón con ninguna otra. Para empezar es una comunidad autónoma inventada con una gran desafección identitaria. En Madrid los vínculos afectivos de sus habitantes con esta tierra son caso serio de estudio. Y esto en gran parte, se debe a que los orígenes familiares de la mayoría de sus pobladores están fuera, empezando por los nuestros.

La música folk, la musica tradicional, etc… todo este tipo de géneros tienen una pesada mochila a la espalda que no tienen las otras músicas. Cosas que tienen una dimensión antropológica y afectiva. Una de las cosas que puede uno encontrar en esa mochila es la cuestión identitaria. Muchos de aquellos a los que llaman folkies, y demás aficionados a estas músicas en Madrid (que son miles), lo son en un primer acercamiento por una filiación afectiva, por una querencia a la tierra de sus antepasados que vinieron de fuera.

Muchos de estos aficionados recuerdan los conciertos de Nuevo Mester de Juglaria en los ochenta con la Plaza Mayor de Madrid totalmente abarrotada. A todos los que estaban ahí, a la mayoría por no ser taxativos, les juntaba lo mismo: el amor a sus orígenes; “porque mi familia es de Segovia o de Salamanca o de Zamora o de Burgos o de Toledo”… Aquello les sonaba a “lo suyo”. Y lo suyo no era en ningún caso lo madrileño. Aunque tampoco ninguno de ellos tuviera ni repajolera idea de que es exactamente “lo madrileño”. Lo madrileño para ellos era percibido como una cosa eminentemente circunstancial y sobre todo, lejana.

El perfil medio del aficionado al folk en Madrid pasa por un componente emocional que tiene que ver con la tierra de sus ancestros. Una tierra que como hemos visto no es Madrid. Y luego, por el camino se suele ir echando todo al mismo saco. Es muy sintomático el hecho de que las músicas de raigambre castellana tengan mucho predicamento entre los aficionados al folk cuyas familias proceden de las provincias de alrededor de Madrid. La musica de la provincia de Madrid también es esencialmente castellana, pero sin embargo no se advierte así. Y muchas veces no por desconocimiento, porque saben perfectamente que existe folklore en Madrid. O les suena, pero sencillamente no existe filiación afectiva. Y la prueba la tenemos en nuestros conciertos, cuando viene gente a abrazarnos y a decirnos que les ha gustado mucho porque esta música les recuerda a “lo castellano”. Pero no a lo castellano por ser Madrid parte de Castilla sino porque les recuerda a Segovia, por ejemplo. Es probable que esta gente lleve toda la vida viviendo en Madrid, incluso que haya nacido en Madrid. Pero ellos se sienten emocionalmente vinculados por vía umbilical a una noción de Castilla que es la de la tierra de sus padres, no a Madrid. Es alucinante pero esa es la construcción del relato identitario.

Ya no estamos en 1983. En el padrón municipal, el porcentaje de nacidos en Madrid es radicalmente distinto. La generación de nuestros padres y abuelos, la de aquellos que se bajaron del coche de línea con la maleta de cartón, ya pasó. La realidad demográfica de Madrid es hoy muy diferente. Pero la cosa sigue igual. La desvinculación emocional se hereda, y no existe mayor nostalgia que la de aquél que añora lo que no ha vivido. De hecho, ésta ha sido, a nuestro entender, la clave de que ciertas facetas del folklore madrileño no hayan tenido mayor predicamento, si cabe. Por esta razón bien sencilla. Porque para el oyente y el aficionado “esto se parece a lo mío, pero realmente no es lo mío”. Alguien de Guadalajara residente en Madrid puede escuchar una jota de Burgos y sentirla suya. Pero si la jota es de Madrid, la cosa cambia. “Madrid también es Castilla, que sí coño, si ya lo sé, lo que tú quieras pero da igual“. En la practica la jota de Madrid pues sí, mola porque parece de Burgos, pero no me siento afectivamente conectado a ella. Punto. Esa es la clave de bóveda de todo este asunto.

Y luego están los demás madrileños, los que viven en la inopia. Aquellos a los que las jotas, las seguidillas, incluso el chotis les suena a swahili. Y por supuesto, todo lo que tenga que ver con la esencia de Madrid también les suena a cine iraní. Por esta razón, ha terminado por triunfar la consideración de que Madrid es un lugar sin personalidad propia. Un poco como si fuera el pabellón 9 de FITUR, con un stand de Galicia por allí, un stand de Extremadura por allá… esa mezcolanza a la que ya se aludía en el siglo XIX. Madrid, revoltijo de las Españas. Esa es la idea preponderante hoy en día. Y con la que, a falta de otra cosa, se ha construido el ideario incluso a nivel institucional. De la supuesta inexistencia de acervo propio se ha hecho virtud. Esto nos parece patético. Por la maniobra y por la falsedad en la que se sustenta. Madrid se vende como una especie de “mostrador de información de las Españas”. El centro neurálgico. Que tiene un poco de todos pero nada especialmente propio. Ese constructo es inexacto. Madrid es por supuesto una realidad compleja, pero incluso asumiendo esa complejidad, Madrid tiene rasgos de personalidad que le son propios. Lo mismo que los tiene Tomelloso… o Nueva York.

Por otro lado, la provincia de Madrid posee dilemas endémicos. En el sentido de que aquí podemos encontrar un pueblo con 20 vecinos a media hora de una ciudad con cinco millones de habitantes. Esto no sucede en ningún otro lugar de España. La influencia y la arquitectura de fuerzas centrípetas que ejerce la ciudad de Madrid lo condiciona todo. Esto hizo que, a la hora de fraguarse los arquetipos “madrileños”, hayan pesado mucho las músicas urbanas y determinados costumbrismos. Lo cual por otro lado a nosotros no nos parece ni bueno ni malo. Nos parece que el proceso ha sido ese y ya está. Y por otro lado, los resortes de lo popular son inescrutables. El por qué ha pasado a formar parte del “tipismo” el chotis y no las seguidillas de Fuencarral, es algo que seguramente no tiene respuesta. Actúan decenas de procesos culturales en esa construcción. Pero el tipismo -que tampoco es bueno ni malo- es solamente un enfoque, una cara de las muchas que contiene el prisma a la hora de abordar lo popular. Ni mejor ni peor. Y es bonito, eso sí, conocerlas todas.

Para nosotros tiene exactamente el mismo valor la Zarzuela -que es un género sublime sobre el que trabajamos mucho- que un canto de arada extraído de la tradición del medio rural. La una no vale más que la otra y viceversa, porque para nosotros el valor reside en lo emocional. A una mujer de un pueblo se le podía poner la piel de gallina al cantar las seguidillas de El barberillo de Lavapiés, porque se las cantaba su madre, de la misma manera que a una señora de una corrala de Lavapiés le emocionaba cantar el Romance del Conde Olinos, por la misma razón. Esta equidistancia a la hora de juzgar las músicas es muy de Ursaria. Sello de la casa. Porque lo cierto es que también en esto Madrid es muy particular, el mundo del folklorismo está aquí insólitamente dividido en compartimentos estancos, servido por cuartos (como el lechazo).

El hecho de meterlo todo deliberadamente en el mismo saco ha sido uno de los puntos clave de este proyecto, comprender que la gente de a pie se acerca a la música no a través del razonamiento analítico, sino de la emoción, con independencia de si es urbana o rural, de si procede de la tradición oral o si tuvo autor.  Las músicas de Madrid (todas ellas) pueden ser también capaces de atrapar entorno al sentimiento del “esto lo siento mío”. Y ya está. Son simple y llanamente “pertenecientes al pueblo”. Con todo lo que ello conlleva.

Y esto no le resta ni un ápice de solidez intelectual al relato. Detrás de las emociones trabajan los dos hemisferios del cerebro. Pero esto es algo que con seguridad descoloca a mucha gente. Que amemos el chotis de La Lola, del Maestro Alonso y la Seguidillas de Brunete con la misma vehemencia. Porque las sentimos nuestras ¡Porque sentimentalmente, ambas lo son! Y lo contrario es seguramente, aunque esta es una reflexión más profunda, otra de las causas de que exista hoy en día gente en Madrid que no sepa exactamente cuál es la música “de aquí”. Al final aquí, con tanto diseccionar la rana y tanto olor a formol, el ciudadano medio no tiene ni puñetera idea de lo que es un rondón pero es que tampoco sabe en la práctica, lo que es un chotis.

Pero bueno, para eso entre otras cosas iniciamos este proyecto. Para apretar el detonador y descojonarlo todo y modificar la dinámica. Subirnos a un escenario y montar una orgía, que suponga un auténtico y convulsivo zarandeo emocional. Agarrar al madrileño y decirle “A ver, tronco, esta musica es tuya, pero no es tuya porque se parezca a la de la tierra de tus padres (que también), sino porque es la tierra del lugar donde vives. Tú y tus hijos. Y no hay más. Sin banderitas y sin zarandajas”. Hemos de decir, que la cosa está funcionando. Pues chipén.

¿Se potencia y visibiliza poco (o nada) la música tradicional de las zonas rurales madrileñas?

En general, cualquier cosa que se haga en el medio rural por la difusión cultural del tipo que sea tiene una visibilidad reducida. Esto es así de triste. Pero es la sociedad en la que vivimos. La culpa no la tiene el pueblo ni la tiene la ciudad. La culpa la tiene el sistema. Si hablamos en concreto de lo que sucede en la provincia de Madrid, la cosa está más cruda todavía. Porque los canales y todos los medios de difusión están colapsados por una visión del mundo en la que no cabe el pueblo. Pero en la que, dicho sea de paso, tampoco cabe el barrio de los Cármenes en Carabanchel, por ejemplo. Esto provoca que el madrileño por lo común no sepa del ingente caudal que atesoran los pueblos de la provincia de Madrid.

De vez en cuando, a nivel institucional, se vuelve la mirada al medio rural inmediato. De repente en Telemadrid aparecen espacios dedicados al mismo y se impulsan iniciativas para resaltar sus valores. Pero suelen ser modas pasajeras. Ahora por ejemplo, después de haber vivido muchos vaivenes, un boom seguido de una época de absoluta desidia, volvemos a apreciar cierto interés institucional por lo rural. Que intuimos que viene precedido de un reciente y creciente ruido general entorno al campo. El capitalismo es un monstruo voraz que todo lo convierte en un producto. De hecho el concepto “España vacía o vaciada” o como la quieran llamar está ya cerca de terminar siéndolo. El mundo en que vivimos otorga a todas las cosas un barniz venenoso. También a lo urbano, por descontado.

Ahora hay una moda de “lo rural” que anda a mitad de camino entre una revolución new age y un anuncio de Espetec. Es lo que hay. No somos muy optimistas con esto. No hacemos mucho caso de las tendencias oficialistas. Ni siquiera de las tendencias alternativas. Mientras tanto, en los pueblos hay mucha gente que trabaja por visibilizar su patrimonio.  Por mantener pulcra su herencia cultural. Pero esto no tiene nada que ver con lo otro. De la misma manera, existe gente en los barrios de Madrid luchando por ser y por convertir la ciudad en habitable, reivindicando su auténtico capital cultural. La ciudad verdadera tampoco tienen nada que ver con la que nos quieren vender. Ese Madrid de rooftops y terrazas chic para gente bien. Madrid (el rural y el urbano) es otra cosa.

¿Cuál es el género musical que destacaríais de Madrid y que es por o conocido?

Después de todo lo que te hemos contado no estaría nada bien favorecer la construcción del  “género típico” ¿no? No nos gusta mucho expresar cual es el género madrileño por antonomasia, porque ciertamente no existe. La música madrileña es tan poliédrica como lo es la propia provincia.

No nos podríamos quedar con un solo género para destacar lo auténticamente madrileño. Son muchos. Y aunque bien es cierto que fuera (y dentro) de Madrid la fama se la lleva el chotis, a cuya proyección como género típico madrileño ha contribuido el teatro musical (la revista, etc…), lo cierto es que el chotis es solo un eslabón más de la cadena. Pero si tuviéramos que quedarnos con una sola cosa te diríamos las seguidillas. Las seguidillas en Madrid, a las que se saca muy poco lustre en la actualidad y están muy en desuso, son un estilo delicioso, que estuvo extendido por toda la provincia. Incluida la capital, donde se cultivaron especialmente.

¿Soléis ser muy ortodoxos con el tipo de las canciones populares (seguidillas, jotas, jerigonzas, rondas, mazurcas…)  o intentáis ponerles un toque creativo, personal e incluso moderno, adaptándolas un poco a los gustos de ahora…?

Pues lo cierto es que no abrazamos la ortodoxia. Pero nos importa un pepino la heterodoxia. Y si, adaptamos las canciones, según nuestro gusto en cada momento. Podríamos cantarlas a capela, sin aditamento ninguno, y no perderían un ápice de su espíritu. No las arreglamos porque percibamos que así quedan más bonitas. No es ese el asunto. Pero nosotros tenemos una idea en la cabeza, que va de la mano de lo escénico, y la desarrollamos. Así que las arreglamos y armonizamos según el caso, según lo que nos pida el momento y el concepto de puesta en escena que tenemos en mente.

También a veces adaptamos las letras, aunque intentamos ser cuidadosos, muchas veces modificamos algún verso, intentando no alterar demasiado el sentido. Aunque a veces no nos salga otra cosa que “salir por peteneras” y ser políticamente incorrectos o descojonarlo todo. Es importante señalar que nosotros no nos dedicamos a “dar testimonio”. No somos divulgadores científicos. Y no estamos aquí para dar fe. Nos dedicamos únicamente a hacer teatro. Dicho así. Una farsa. Una ficción. Una mojiganga. Somos cómicos encima de un carromato, no etnógrafos.

La música tradicional, la tradición en general, parece  el reflejo de un momento concreto de una comunidad humana. Al menos lo que nos ha llegado, porque en el pasado la tradición implicaba movimiento, iba mutando a lo largo del tiempo incorporando nuevas formas y modos. Porque la moral y las normas sociales son cambiantes. Pero a menudo lo que nos ha llegado es una foto.  Y debe uno juzgarla de la misma manera que se juzga una foto. Seguramente algunas de las cosas que aparecen en esa foto ya no son ni siquiera apropiadas hoy en día. Y es importante conocer los contextos y realizar un estudio profundo para entenderlo.

La tradición no es buena per se. La ortodoxia como concepto tampoco tiene un valor positivo per se. Porque para empezar muchas de las cosas que en la musica tradicional habitualmente se entienden como ortodoxas obedecen en realidad a modificaciones y apósitos de procesos de “refolklorización” más o menos recientes. De hace 60 años. O cien.

Es bonito y necesario acudir a la fuente original, al depositario legítimo, a la comunidad portadora. Si. Pero también siendo consciente de que esa fuente no mana exactamente igual que manaba hace 150 años. Que sus aguas están “contaminadas” por otros cauces. Y esto no hay que juzgarlo negativamente. Muy al contrario. Pero hay que saberlo. Interpretar algo con arreglos para guitarra y bandurria no es necesariamente “lo más puro”. Porque no son uno ni dos los pueblos de Madrid a los que uno llega y te dicen “Aquí lo de la guitarra vino luego, ya en los años 50…. Antes de eso el baile se hacía con un tambor o con una lata de arenques”. Entonces puedes llegar a la conclusión de que la tradición más que un reflejo, como hemos dicho, en realidad es una imagen refractada. Nosotros también hacemos eso. Proyectar una imagen refractada. Un artificio escénico. Una catarsis teatral. Que nadie venga a nosotros a documentarse, por favor. Que vengan solamente a vivir emociones. Nada más.

¿Qué es lo que más caracteriza a vuestras letras? ¿Cuenta ironía? ¿algo de crítica social?

Esencialmente las letras no las componemos nosotros. Esto es música popular. ¡Son del pueblo! Las letras, como te decimos, tienen ligeras (o pesadas) adaptaciones. Pero la lírica tradicional es muy bella. Y lo ideal sería no tocarla. Dejarla intacta.

Pero ocurre que un espectáculo conforma un todo. En él lanzas un mensaje global, ofreces un discurso…  A nosotros personalmente no nos gusta que reverberen en el aire las estrofas de un episodio de violencia de género, o con evidentes y descarnados tintes machistas. La musica de raíz tiene un gran reto por delante en este sentido. Está bien que esto sea estudiado y contextualizado. Divulgado en su dimensión museística. De la misma manera en que estudiamos un potro de tortura medieval o una guillotina, que resultan ciertamente fascinantes.

Las canciones muchas veces nos conmueven por la lírica, no por la música. A nosotros nos atrae especialmente la temática amorosa y sexual. Y el reto es doble porque muchas letras tienen un nauseabundo hedor machista. Una “fragancia” que todavía hace unos años, no hace tanto, en el año 2000 sin ir más lejos, era tolerable. Ahora ya no. En 2024 no. En 2024 es estudiable, eso sí. Pero no asumible artísticamente, al menos para nuestra propuesta, entendiendo que el arte escénico exalta, dramatiza nunca mejor dicho todo lo que toca. El teatro es un catapultador sensorial. Nosotros ofrecemos una escena y un tono concretos. Quizá si nos hiciéramos una montaje de La Casa de Bernarda Alba, si. En nuestro caso, no.

Por lo demás, más allá de la letra, es nuestra puesta en escena lo que está cargado de mensaje. Y en este caso, la letra de las piezas musicales es una herramienta, pero la ironía y la crítica social la exacerbamos nosotros. Y sí, hay mucho de las dos cosas. De ironía y de crítica social. Nos han llegado a censurar, colocarnos en listas negras por una  parodia. Con eso te lo digo todo.

Para vosotros… ¿Cuál es la zona de Madrid más rica en folclore? ¿Cuál os inspira más?

Te diríamos que lo son todas, si no confundimos riqueza con pervivencia. Todas las comarcas de Madrid tienen (o tuvieron) una riqueza en cuanto a patrimonio inmaterial soberbia. Que según el qué y el dónde incluso todavía sobrevive, en unos casos a duras penas y en otros con relativa buena salud.

Lo mismo da en la Sierra, en el sector occidental del Guadarrama que en el macizo de Somosierra y en la Sierra del Rincón, que en la comarcas del sur, en la vega del Tajo y del Tajuña, o en la Alcarria. O en la campiña del Jarama… Toda la provincia de Madrid es inspiradora, incluso fuera de lo musical. En Madrid te puedes encontrar un fastuoso hayedo o un abedular de la misma manera que un cerro de esparto, un atochar semidesértico o un páramo o un olivar. O un descampado del extrarradio. A nosotros el paisaje nos inspira tanto como la música. Todo tiene exactamente el mismo valor para nosotros.

Uno se puede morir de gusto escuchando la ronda de los mayos en Valdetorres del Jarama y esa manera de auparse con la voz todas las octavas que hagan falta, hasta tocar el cielo. O tener un orgasmo con el rugido de las zambombas de Colmenar de Oreja. O llorar con la voz de los viejos guitarreros de Montejo. O con el tambor de la vaquilla en Navarredonda. O en Los Molinos. Con la gaita (la dulzaina) en un rondón… O con el organillo de la señá Salvadora en la calle Preciados. Sí, con eso también. Que todo hay que volver a remarcarlo.

Nos inspira lo mismo el sudor resbalando por el canalillo en agosto, en la verbena de San Cayetano en Cascorro, mientras suena el pasacalles de Agua azucarillos y aguardiente, que el fragor de las zumbas y los cencerros por las calles de Fresnedillas de la Oliva el 20 de enero. No nos cabe el amor en el pecho por todas estas cosas.

¿Hacéis labor de investigación de ‘campo’? O sea, ir por los pueblos para hablar con las personas más mayores para que os canten temas antiguos y a punto de olvidarse… 

Esa no es ni ha sido nuestra labor porque, aunque parezca mentira, la de Madrid es una provincia donde la tradición oral ha sido objeto de mucha investigación. El folklore de Madrid en general está bastante bien recopilado. Y esto ha sido gracias al trabajo  impagable de algunos etnógrafos y etnomusicólogos. Empezando por García Matos, cuyo cancionero es evidentemente de obligado estudio (y exégesis) si te quieres dedicar a esto. Como también es obligado acudir al trabajo de Chema Fraile, que es valiosísimo a todos los niveles. Pues su labor de recopilación ha sido no solamente ingente sino impecable. Así como de la misma manera es especialmente interesante estudiar lo que registró Kurt Schindler en los años 30.

Nosotros no hemos realizado trabajo de recopilación de manera premeditada porque no es nuestro frente de batalla. Y aunque en el pasado, muchos años antes de empezar con Ursaria, sí que realizamos labores de encuestación de una manera formal, lo cierto es que con Ursaria no lo hemos hecho. Al menos en ese sentido. No somos etnógrafos, volvemos a repetir, nosotros somos cómicos de la legua. Lo cual no quiere decir que para afrontar este proyecto y ponerlo en marcha no haya sido necesario realizar un trabajo. Detrás de Ursaria hay muchas horas de biblioteca y muchas horas de furgoneta. Solemos decir que hasta para hacer la chanza y el “jajajá” hay que haber estudiado. Porque es importante saber de lo que estás hablando.

De modo que aunque a nosotros no nos apetezca llamarlo trabajo de campo, por humildad, lo cierto es que hemos trillado mucho sobre el terreno y hemos hablado con muchos “viejos”. En general para contrastar información, de la misma manera que uno contrasta distintas fuentes. Pero sobre todo para escucharles hablar. No con afán recopilatorio, pero sí para atrapar su contexto vital. Que es algo que tiene un sentido más cercano al mundo de las emociones. Con una mirada no de antropólogo, sino de novelista… ese ha sido nuestro trabajo. Y por el camino, cierto es, nos hemos ido encontrando con canciones. Nos han cantado piezas inéditas. Pero ha sido absolutamente circunstancial, no buscado. Nos tropezamos con ellas y ya está.

Además de esto, ha habido que bucear en fondos y acumular un bagaje de documentación. Ha habido que leer mucho. Y esto no se hace en dos días. Cuando llegó Ursaria ya había un recorrido lector detrás. De empaparse bien. De leer los cientos de publicaciones que existen sobre cultura tradicional, sí, pero también de leer “las otras cosas” que había que leer: las comedias de Lope, los sainetes de Ramón de la Cruz, los libretos de las zarzuelas, las tonadillas escénicas… Leer. Leer. Leer. De Mesonero Romanos a Moncho Alpuente. Pasando por Galdós o Emilio Carrere. Répide. Corpus Barga. Gómez de la Serna. Valle-Inclán. Alejandro Sawa. Gutierrez-Solana. Alvaro Retana. Leer a Chaves Nogales y a Louis Delaprée. Las crónicas de los viajeros románticos. Y las memorias de las Misiones Pedagógicas.  Y los artículos de la revista «Estampa”, sí, pero también los de la revista “Sicalíptico”. Y a Umbral y a Pio Baroja. Y leer a Gloria Fuertes. ¡A Gloria Fuertes, sobre todo!

De la misma manera, ha habido que estudiar el trabajo de todos aquellos grupos que hicieron su trabajo antes que nosotros. Bandas como Campiña, Odres, Aljibe, Jaras de Alcor… Agrupaciones folklóricas como Arrabel. Todo lo que se editó en su día entorno a la musica de Madrid. O la manera de aproximarse esporádicamente a lo madrileño de bandas de folk como La Musgaña o Hexacorde o La Bazanca o Candeal. O el mismísimo Joaquín Díaz, que editó un disco precioso en 1986 sobre músicas de la Comunidad de Madrid. Era preciso tener todo esto muy en cuenta. Analizar lo que antes hicieron otros. Gastamos mucho dinero en discos, en libros y en entradas para el Teatro de la Zarzuela.

Lo más gratificante es la mirada de las persona con las que uno habla. Todas las que nos hemos ido encontrando, jóvenes o viejos, y que nos han revelado algo aparentemente intrascendente, pero con un valor incalculable. El relato de la mili en Ceuta. O el polvo que echaron en las fiestas de Ambite. O como se manejan las varillas para buscar una veta de agua. O aquel obús que cayó en la calle del Pez. O aquel rayo que vino corriendo desde Valdilecha, y entró por la ventana de la cocina y salió por la de la cámara. O cómo vive una familia de doce sin energía eléctrica en una chabola de la Cañada.

Tengo entendido que vuestros directos son muy potentes… ¿Cómo es el feedback con el público?

Los directos de Ursaria son realmente un cañón. Son trepidantes. Está mal que lo digamos nosotros, pero contamos lo que la gente nos transmite. Y lo que vivimos desde el escenario. Poco a poco hemos ido puliendo un estilo de directo, trabajando cada detalle, cada gesto, hasta conformar un directo demoledor, que le deje a la gente al borde de la respiración asistida.

Las funciones (porque son funciones y no conciertos) tienen una carga teatral muy acusada. Las canciones son realmente números musicales. Nos gusta decir entre risas que lo que hacemos nosotros realmente es Zarzuela. Teatro musical a la madrileña. Desarrollamos pequeñas zarzuelitas inventadas. Sainetes. Bufos decimonónicos. Pequeñas tonadillas escénicas, con sus seguidillas epilogales incluidas. Todo tiene esa cosa, ese sabor a teatro de variedades. A barracón feriante, circense. Dónde lo mismo sale un prestidigitador que un vendedor de crecepelo, que una cupletista adicta al opio. Con todo esto y un estilo musical muy de fanfarria callejera (porque la calle ha sido la escuela), conformamos un espectáculo que no deja títere con cabeza. Una apisonadora. 

Estamos cada vez más satisfechos porque la gente responde. Hacer llegar a la gente una cosa que se llama “Musica de Madrid” es una proeza. Porque de entrada ese reclamo es contraproducente. Fuera de Madrid, todo lo que lleve la etiqueta “madrileño” provoca urticaria porque, seamos honestos, los madrileños fuera de Madrid… caemos regular (esto es algo que muchos madrileños desconocen y es muy fuerte, y alguien se lo tendría que decir; que a veces somos tan estúpidos que ni siquiera nos damos cuenta de ello). Paradójicamente, dentro de Madrid todo lo que lleve la etiqueta “madrileño” provoca una reacción parecida. Les dices “esta musica es tuya” y te miran como si fueras un chiflado iluminado. Un satanista. O algo así. “¿Mía? Cómo va a ser mía…”, te dicen haciéndose cruces.

Si además, intentas hacerles llegar esto con una espectáculo que resulte un absoluto y soporífero coñazo, estás perdido. Abocado a la inanidad. Te siguen cuatro. Y Madrid precisamente es un sitio tan grande, tan lleno pero sin embargo tan vacío, que arriesgarte a esto es como ponerte con un megáfono en medio del desierto. Madrid desde fuera parece un sitio donde todo lo que sucede aquí sale por la tele… y en realidad es al revés. Hay demasiado ruido de fondo. Aquí todo se disuelve en medio del fragor. Cuesta el doble proyectar la voz.

Imagínate que la música popular fuera una tortilla de patatas, nos vas a permitir un ejemplo así de zafio y así de imbécil. Sobre el papel, la tortilla de patata atesora múltiples valores, culinarios, culturales, dietéticos… pero en la práctica, imagínate una tortilla de patata encima de un escenario, ¡totalmente fuera de su contexto natural…! En un escenario esa tortilla no tiene valor simplemente por ser tortilla. Adquiere valor en la medida en que tú seas capaz de dársela a probar a la gente de manera impostada, imaginaria… y que encima les sepa rica. Como en un proceso de hipnosis. Este es el punto. Y fue preciso comprenderlo antes de subirnos a un escenario; darse cuenta de que no estamos en una cocina, no estamos en un restaurante, ni educando paladares…. ¡Estamos en un escenario!

Con la tradición sucede lo mismo. Hay que comprender que un escenario no es un aula. No es un foro académico. Y desde luego, tampoco es el contexto natural que le es propio. El contexto natural de un canto de arada es el labrantío, el surco que se pierde en la línea del horizonte con las manos sujetando la mancera del arado. Ese, sí. Pero esto a menudo cuesta comprenderlo.

Por eso mucha gente se sorprende de que en nuestros directos no hablemos de instrumentos. No lo hacemos de la misma manera que no subimos un arado al escenario. No andamos allí a dar charlas de formación ni clases magistrales. No hacemos etnografía, hacemos otra cosa, construimos un género escénico al que evidentemente no podemos llamar tradición. Vamos a tener que llamarlo tortilla de patatas… una tortilla que pues oye, según dice la gente no nos sale nada mal. Y ahí estamos.

Actuamos fuera de Madrid y les mostramos un Madrid que los de forasteros intuyen pero desconocen. El Madrid canalla, del populacho verbenero. El Madrid de la corrala con las señoras sentadas a la puerta con la bata de verano y la rodaja de sandía. El Madrid de Alameda del Valle y el Madrid de Carabaña. El Madrid de los cabreros que temen al lobo en la Sierra del Lobosillo. El Madrid del barrio obrero. Del descampado. De la lucha vecinal. El Madrid de la taberna con el mostrador de zinc y el chorro suelto de vermú y la vieja que fue cigarrera en la fábrica de tabacos de Embajadores jugando a las tragaperras. Les hablamos de cosas que atraviesan el pecho. Y entonces derribamos muchos mitos y media docena de prejuicios. Y se vuelven a casa con una visión de Madrid muy distinta. Del Madrid de la gente.

Y cuando actuamos en casa, a los madrileños les sucede tres cuartos de los mismo, apelamos a lo emocional de tal manera, que levantamos las costras de las heridas de un trauma escondido. El trauma que albergamos secretamente todos los madrileños y que consiste en no saber exactamente quién coño somos. Durante la función la herida sangra durante un rato. Y se pasa de la incomodidad de las verdades del barquero al estupor, del estupor a la reflexión, y de la reflexión a la epifanía. Y estos se vuelven a casa de la misma manera que los otros. Con una visión de Madrid nueva. Con esa sensación del huérfano que acaba de descubrir a su madre después de muchos años.

El problema de la gentrificación… ¿Está acabando con la identidad de Madrid?

La respuesta es clara: Si. De la misma manera que está acabando con la identidad de todas las ciudades. Hablábamos antes de que todo lo que toca el capitalismo lo convierte en un producto. Los pueblos y las ciudades, los sitios donde vive la gente, también.

En España está ocurriendo en muchos sitios. Los centros de ciudades como Málaga, Barcelona, Sevilla y por supuesto Madrid, están abocados a convertirse en un decorado de corchopán, con sus residentes desplazados a otros lugares. El comercio de esos barrios transformado, homogeneizado. Cierra la ferretería, cierra la pollería, cierra la tienda del cristalero… y aparece un Starbucks. O una tienda de muffins. De manera que no sabe uno si está en Düsseldorf, en Milán o en Chueca.

¿Qué haría falta para que en Madrid se escuchara su folclore igual que se hace en Galicia o en Euskadi, por ejemplo? 

Haría falta una revolución identitaria. Sin embargo, esto no sucederá nunca, porque esto supondría la muerte de Madrid. Porque su esencia reside en el polo opuesto. Madrid es una ciudad que no se da ninguna importancia a sí misma. Esta es su principal característica. Para lo bueno y para lo malo. Aquí no tenemos en consideración lo nuestro ni nos importa, y de una manera positiva esto hace posible que carezcamos de filtros y complejos de pertenencia. Aquí el que llega a los cinco minutos ya es madrileño. Esto sucede no porque seamos muy generosos sino porque nos importa un pepino todo. Madrid es como una casa okupa. La gente entra y sale y nadie te pregunta nada. No tenemos conciencia de propietario ni de heredero, sentimos que la casa no es nuestra así que ¡al carajo!, de alguien será… pero mía no. Esto luego se vende con mucha zorrería y mucho eslogan turístico: “Madrid es de todos”. Qué suena muy bonito y muy amable. Pero en realidad es un artificio que nos hemos creído… Madrid no es de todos debido a que los madrileños seamos así de guays. Madrid es de todos porque es como una cosa tirada en la acera de la calle. Nadie la siente suya. Así que de una manera oficiosa, termina siendo del primero que pasa, termina siendo de todos pero de una manera coyuntural.  Uno lo acepta con desgana, sin incumbencia, porque no queda otra…

“Madrid es de todos” es lo mismo que decir “Madrid no es de nadie”. Y este es un mantra peligroso. Muy peligroso. Porque la “nada” y el “nadie” son una cosa muy chunga. La gente que anda todo el día cacareando ese eslogan no se da cuenta del peligro que tiene porque convierte a Madrid en una cosa insulsa, sin personalidad. Y este precepto es falso. Lo que si es cierto es que no darse importancia de puertas adentro forma parte de nuestra idiosincrasia. La cara amarga de esta actitud es  no ser consciente de lo propio, y esto  a veces no es tan bueno. Deberíamos ser menos dejados, tomar interés, preocuparnos un poco por lo nuestro.

Es lo que hay. Hay que lidiar con eso. Esa es la esencia de Madrid, una de sus señas de identidad y lo que uno se proponga hacer tiene que pasar por entender esto. Por eso, muchas de las iniciativas autonómicas y municipales dirigidas a que Madrid saque pecho, “Jolín que fantásticos somos, hay que ver lo mucho que nos merecemos  y todo eso”  terminan siendo el hazmerreir. Ese mensaje no conecta con el madrileño de a pie.

Cada vez que Ursaria se sube al escenario destruye ese discurso. Tratamos de que la gente se dé cuenta de que Madrid tiene cosas que merecen la pena en su esencia popular. Pero sin ponernos estupendos de la muerte. Sin banderitas, sin chovinismos baratos y sin arrogancias supremacistas. Lo que mola de Madrid no es su life style, ni sus oportunidades, ni sus inversiones, ni su oferta cultural, ni chorradas… lo que mola de Madrid es la gente. Y las servilletas en el suelo de las tabernas. Y ya está.

En Madrid hay festivales musicales de todo tipo pero… ¿Por qué no se incluye el folclores en ellos? Y al hilo de esto… ¿Estaría bien un festival en Madrid centrado en la música folk como el de Ortigueira o Granáfolk?

Bueno, es cierto que haría falta un gran festival de folk. Sería la bomba. Existen ciertas iniciativas, muy loables, unas más grandes otras más chicas, pero nada con una relevancia estratosférica. En el pasado también se produjeron determinados intentos cuya repercusión quizá no fue la deseada o fue corta. Pero es cierto que haría falta un gran golpe encima de la mesa. Un festival con un par de huevos. A lo grande. Madrid evidentemente tiene capacidad para llevarlo a cabo.